”El Principito Caraqueño” - Apostillas para un libro hermoso
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Estas fotografías, resultado de la participación de Kathiana Cardona en el Taller de Roberto Mata: Caracas Norte, Sur, Este y Oeste, están intervenidas, plenas de fantasía, para filtrar o matizar una realidad contradictoria, dura, opresiva.
Fragmentos de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry me parecían insólitos al lado de Caracas. Kathiana modificarlos para que tengamos una guía metafórica de lectura y de disfrute de unas imágenes que dicen demasiado, que duelen, que tocan.
A pesar de todo, se impone la luz maravillosa que baña al Valle de Caracas, que en un principio los conquistadores quisieron bautizar como Valle de San Francisco.
Kathiana no cesa de buscar una esperanza en una ciudad que, hoy en día, es reconocida por ser muy peligrosa, inhumana, áspera. Esa luz que ya mencionamos como bella y tangible se cuela en cada fotografía pero no logra impedir que se sienta la angustia, la necesidad de cambio, el anhelo de un entendimiento y el deseo del arribo del sentido común; el inicio de una conversacion.
Caracas, sobre todo en el norte, es una ciudad de color verde espeso, verde Ávila, verde palmeras, verde grama, de árboles con copas voluptuosas y extendidas de verdor intenso. Esa naturaleza prodigiosa, hermosa y opulenta está enrejada, encarcelada, dividida por unos habitantes que se muestran tristes, desolados y temerosos de sí mismos. Hay una fotografía que nos muestra a una pareja abrazada y besándose casi en el centro del escenario que enmarca la estructura de concreto de la Concha acústica de Bello Monte. Sí, hay un beso.
El Principito y sus ovejas nos acompañan y nos sugieren ideas que lucen simples, que hay que leerlas dos veces, que hay que repararlas sin obvios prejuicios y sin el encendido automático, asfixiando lo emotivo.
En este libro hay optimismo, hay generosidad, hay intención honesta de aprender a ver lo que no vemos. Ya no sabemos que existe una ciudad que está llena de colores, donde la modernidad intentó llegar. La realidad se impone y nos lleva a sólo ver las cicatrices y la maldad. Una ciudad de compartimentos estancos y de dolor, de dolor a secas.
En estas páginas hay ritmos, hay muchas músicas, hay muchas texturas pero sobre todo hay compasión, piedad, para que la ciudad reviva y siga más allá de sus estatuas y monumentos que ya nadie sabe muy bien para qué fueron hechos. Aquí hay una apuesta a hurgar en la memoria y darle cabida al futuro. Las pugnas están presentes, unos ojos castradores y cargados de odio, profundamente equivocados, incitan a una violencia que aterra y espanta. Esos ojos son capturados en una composición impecable que conmueve y alarma. Yo me paseado por estas fotografías, por estas imágenes, por esas lúdicas interrupciones que intentan apaciguar la hostilidad en la que estamos sumergidos y nos hacen apostar a mejores tiempos. Yo, a ratos, me contagio del optimismo de Kathiana.
Me alegra que este libro me haya grabado que al amanecer los árboles están allí serenos pero ansiosos de que llegue la luz que los hace verdes. Quizá nosotros, habitantes de una ciudad herida, rasgada y sin rumbo, también podemos esperar un amanecer donde la luz nos guía y nos dé nueva vida.
En Caracas, una noche de septiembre de 2014, de tormenta eléctrica y de lluvia intensa, donde los picos del Ávila se iluminaban por los rayos y centellas mientras las nubes más bajas arrojaban agua limpia y pura. En medio de esa tormenta vi con claridad que sí puede que esté por aquí El Principito caraqueño.
Jaime Bello León